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"Busque la paz y sígala." ­ Pedro. (I PEDRO, 3:11. )

Hay mucha gente que busca la paz; raras personas, sin embargo, intenta seguirla.

Compañeros existen que desean la tranquilidad por todos los medios y suspiran por ella, situándola en diversas posiciones en la vida; con todo, la expulsan de si mismos, más tarde cuando el Señor les confiere las dadivas solicitadas.

Ese pide la fortuna material, acreditando sea la portadora de la paz ambicionada, todavía, con el aparecimiento del dinero abundante, se tortura con mil problemas, por no saber distribuir, ayudar, administrar y gastar con simplicidad.

Otro ruega la bendición del casamiento, más, cuando el Cielo la concede, no sabe ser hermano del compañero que el Padre le confió, perdiéndose a través de las exasperaciones de toda suerte.

Otro, aun, reclama títulos especiales de confianza en expresivas tareas de utilidad pública, más, viéndose honrado con la popularidad y con la expectativa de muchos, repele las bendiciones del trabajo y retrocede despavorido.

Paz no es indolencia del cuerpo. Es salud y alegría del espíritu.

Si es verdad que toda criatura la busca, a su modo, es imperioso reconocer, no en tanto, que la paz legitima resulta del equilibrio entre nuestros deseos y los propósitos del Señor, en la posición que nos encontramos.

Recibido el trabajo que la Confianza Celeste nos permite efectuar, es imprescindible sepamos usar la oportunidad a favor de nuestra elevación y belleza.

Dice Pedro ­ "Busque la paz y sígala."

Todavía, no existe tranquilidad real sin Cristo en nosotros, dentro de cualquier situación en la que estemos situados, y la formula de integración de nuestra alma con Jesús es invariable: - "Niéguese cada uno a si mismo, tome su cruz y sígame." Sin esa adaptación de nuestro esfuerzo de aprendices humanos al impulso renovador del Maestro Divino, al contrario en vez de paz, tendremos siempre renovada guerra, dentro del corazón.

XAVIER, Francisco Cândido. Fuente Viva. Por el Espíritu Emmanuel. FEB. Capitulo 79.

Injerto Divino

"Si no permanecieran en la incredulidad, serán injertados; porque poderoso e s Dios para volverlos a injertar." ­ Pablo. (ROMANOS, 11:23.)

Toda criatura, en verdad, es una planta espiritual, objeto de minucioso cuidado por parte del Divino Sembrador.

Cada hombre, como ocurre con el vegetal, presenta diferenciados periodos en la existencia.

Siembra, germinación, abono, desenvolvimiento, utilidad, floración, fructificación, cosecha...

En las vísperas del fruto, se desvela el agricultor, con más cariño, por el mejoramiento del árbol.

Es imprescindible haya hartura y provecho.

En la lucha espiritual, en identidad de circunstancias, el Señor adopta iguales normas para con nosotros.

Atendiendo el conocimiento, la razón y la experiencia, el Agricultor Celeste nos confiere preciosos recursos de injerto espiritual, con vistas a nuestra sublimación para la vida eterna.

A cada nuevo día de tu experiencia humana, recibes valioso concurso para que los resultados de la presente encarnación te enriquezcan de luz divina para la felicidad que transmites a los otros. Es, con todo, un "árbol consciente", con independencia para aceptar o no los elementos renovadores, con libertad para registrar la bendición o despreciarla.

Observa, atentamente, cuantas veces te convoca el Sublime Sembrador al engrandecimiento de ti mismo.

El injerto de lo Alto nos procura a través de mil maneras.

Hoy, es en la palestra edificante de un compañero.

Mañana, será en un libro amigo.

Después, vendrá por intermedio de una dadiva aparentemente insignificante en la senda.

Si guardas, pues, el propósito de elevación, aprovecha la contribución del Cielo, iluminado y santificando el templo intimo. Más, si la incredulidad mientras tanto te aísla la mente, el injerto de sublimación te buscara en balde, porque aun no produces, en los recesos del espíritu, la savia que favorece la Vida Abundante.

XAVIER, Francisco Cândido. Fuente Viva. Por el Espíritu Emmanuel. FEB. Capitulo 78.

Padre Nuestro

"Padre nuestro..." ­ Jesús. (Mateo, 6:9.)

La grandeza de la oración dominical nunca será debidamente comprendida por nosotros que le recibimos las lecciones divinas.

Cada palabra, dentro de ella, tiene la fulguración de sublime luz.

De inicio, el Maestro Divino le lanzó los fundamentos en Dios, enseñando que el Supremo Donador de la Vida debe constituir, para todos nosotros, el principio y la finalidad de nuestras tareas.

Es necesario comenzar y continuar con Dios, asociando nuestros impulsos al plano divino, con el fin de que nuestro trabajo so se pierda en el movimiento ruinoso o inútil.

El Espíritu Universal del Padre a de presidirnos el más humilde esfuerzo, en la acción de pensar y hablar, enseñar y hacer.

Enseguida, con un simple pronombre personal, el Maestro exalta a la comunidad.

Después de Dios, la Humanidad será el tema fundamental de nuestras vidas.

Comprenderemos las necesidades y las aflicciones, los males y las luchas de todos los que nos cercan o estaremos segregados en el egoísmo primitivista.

Todos los triunfos y fracasos que iluminan y obscurecen en la Tierra nos pertenecen, de algún modo.

Los sollozos de un hemisferio repercuten en el otro.

El dolor del vecino es una advertencia para nuestra casa.

El error de un hermano, examinado en los fundamentos, es igualmente nuestro, porque somos componentes imperfectos de una sociedad menos perfecta, generando causas peligrosas y, por eso, tragedias y fallas de los otros nos afectan por dentro.

Cuando entendemos semejante realidad, el "imperio del yo" pasa a incorporarse por la célula bendita de la vida santificante.

Sin amor a Dios y a la Humanidad, nos estamos suficientemente seguros en la oración.

Padre nuestro... - dice Jesús para comenzar.

Padre del Universo... nuestro mundo...

Sin nosotros asociarnos a los propósitos del Padre, en la pequeña tarea que nos fue permitida ejecutar, nuestra oración, será, muchas veces, simple repetición del "Yo quiero", invariablemente llenos de deseos, más casi siempre vació de sensatez y de amor.

XAVIER, Francisco Cândido. Fuente Viva. Por el Espíritu Emmanuel. FEB. Capitulo 77.

Fermento Espiritual

"¿No sabéis que un poco de fermento fermenta toda la masa?" ­ Paulo. (I CORINTIOS, 5:6.)

El fermento es una sustancia que excita a otras sustancias, y nuestra vida es siempre un fermento espiritual con el que influenciamos las existencias ajenas.

Nadie vive solo.

Tenemos con nosotros millares de expresiones del pensamiento de los otros y millares de de otras personas nos guardan atención mental, inevitablemente.

Los rayos de nuestra influencia se introducen con las emisiones de cuantos nos conocen directa o indirectamente, y pesan en la balanza del mundo para el bien o para el mal.

Nuestras palabras determinan palabras en el que nos oye, y, toda vez que no somos sinceros, es probable que el interlocutor sea igualmente desleal.

Nuestras maneras y costumbres generan maneras y costumbres de la misma naturaleza, en torno de nuestros pasos, principalmente en aquellos que se sitúan en posición inferior a la nuestra, en los círculos de la experiencia y del conocimiento.

Nuestras actitudes y actos crean actitudes y actos del mismo tenor, en cuantos nos rodean, por cuanto que aquello que hacemos tiende al dominio de la observación ajena, interfiriendo en el centro de elaboración de las fuerzas mentales de nuestros semejantes.

El único proceso, por tanto, de reformar edificando y aceptar las sugestiones del bien y practicarlas intensamente, por intermedio de nuestras acciones.

Nuestros orígenes de nuestras determinaciones, sin embargo, residen en la idea.

La mente, en razón de eso, es la sede de nuestra actuación personal, donde estuviéramos.

Pensamiento es fermentación espiritual. En primer lugar establece actitudes, en segundo genera hábitos, y, después, gobierna expresiones y palabras, a través de las cuales la individualidad influencia en la vida y en el mundo. Regenerado, pues, el pensamiento de un hombre, el camino que lo conduce al Señor se le revela recto y limpio.

XAVIER, Francisco Cândido. Fuente Viva. Por el Espíritu Emmanuel. FEB. Capitulo 76.

Administración

"Da cuenta de tu administración." - Jesús. (LUCAS, 16:2.)

En la esencia, cada hombre es servidor por el trabajo que realiza en la obra del Supremo Padre, y, simultáneamente, es administrador, por lo tanto cada criatura humana guarda posibilidades enormes en el plano en que mora.

Administrador del mundo no es solamente aquel que encanece los cabellos, al frente de los intereses colectivos, en las empresas públicas o particulares, combatiendo mil embrollos, con el fin de cumplir la misión a que se dedica.

Cada inteligencia en la Tierra dará cuenta de los recursos que le fueron confiados.

La fortuna y la autoridad no son valores únicos de los que debemos dar cuenta hoy y mañana.

El cuerpo es un templo sagrado.

La salud física es un tesoro.

La oportunidad de trabajar es una bendición.

La posibilidad de servir es un obsequio divino.

El deseo de aprender es una puerta libertadora.

El tiempo es un patrimonio inestimable.

El hogar es una dadiva del Cielo.

El amigo un benefactor.

La experiencia benéfica es una gran conquista.

La ocasión de vivir en armonía con el Señor, con los semejantes y con la Naturaleza es una gloria común a todos.

La hora de ayudar a los menos favorecidos en recursos y entendimiento es valiosa.

El suelo para sembrar, la ignorancia para ser instruida y el dolor para ser consolado son llamadas que el Cielo envía sin palabras al mundo entero.

¿Qué haces, por tanto, de los talentos preciosos que reposan en tu corazón, en tus manos o en tu camino? Vela por tu propia tarea en el bien, delante del Eterno, porque llegará el momento en que el Poder Divino te pedirá: - "Da cuenta de tu administración."

XAVIER, Francisco Cândido. Fuente Viva. Por el Espíritu Emmanuel. FEB. Capitulo 75.