Altar Íntimo

"Tenemos un altar." ­ Pablo. (HEBREOS, 13:10.)

Hasta ahora, construimos altares en todas partes, reverenciando al Maestro y Señor.

De oro, de mármol, de madera, de barro, con recamados perfumes, preciosidad de flores, erguimos santuarios y convocamos el concurso del arte para los retoques de iluminación artificial y belleza exterior.

Materializado el monumento de la fe, nos alojamos en actitud de oración y procuramos la inspiración divina.

Realmente, todo emprendimiento en ese sentido es respetable, aun mismo cuando comentemos el error común de olvidar los hambrientos de la estrada, a favor de las suntuosidades del culto, porque el amor y la gratitud al Padre Celeste, mismo cuando mal conducidos merecen veneración.

Todavía, es imprescindible crecer para la vida mayor.

El propio Maestro nos advirtió, junto a la Samaritana, que tiempos vendrían en que el Padre seria adorado en espíritu y verdad.

Y Pablo asegura que tenemos un altar.

La finalidad máxima de los templos de piedra es la de despertarnos la conciencia.

El cristiano despierto, sin embargo, camina ofreciendo como sacerdote de si mismo, glorificando el amor ante el odio, la paz ante la discordia, la serenidad frente a la perturbación, el bien ante la vista del mal...

No olvidemos, pues, el altar intimo que nos cabe consagrar al Divino Poder y a la Celeste Bondad.

Comparecer, ante los altares de piedra, con el alma cerrada a la luz y a la inspiración del Maestro, es lo mismo que lanzar un cofre impermeable de tinieblas a la plena claridad solar. Si las ondas luminosas continúan siendo ondas luminosas, las sombras no se alteran igualmente.

Presentemos, por tanto, al Señor nuestras ofrendas y sacrificios en cuotas bendecidas de amor al prójimo, adorándolo, a través del altar del corazón, y prosigamos en el trabajo que nos cabe realizar.

XAVIER, Francisco Cândido. Fuente Viva. Por el Espíritu Emmanuel. FEB. Capitulo 93.