Maledicencia

"Hermanos, habléis mal uno de los otros. Quien habla mal del hermano, habla mal de la ley; y, si tu juzgas la ley, ya no es observador de la ley, más juez." ­ (TIAGO, 4:11)

No todas las horas son adecuadas para el rumbo de la ternura en la esfera de las conversaciones leales.

La charla de esclarecimiento reclama, muchas veces, la energía serena en afirmativas sin indecisión; entre tanto, es indispensable gran cuidado en lo que concierne a los comentarios posteriores.

La maledicencia espera a la sinceridad para enturbiarle las aguas e inutilizarle los esfuerzos justos.

El mal no merece la corona de las observaciones serias. Atribuirle gran importancia en las actividades verbales es dilatarle la escalera de acción. Por eso mismo el consejo de Tiago se reviste de santificada sabiduría.

Cuando surge el problema de solución difícil, entre un y otro aprendiz, es razonable procurar la compañía del Maestro, solucionándolo a la claridad de su luz, más que nunca se instalen en la sombra, a distancia uno de otro, para comentarios maliciosos de la situación, agravando el dolor de las heridas abiertas.

"Hablar mal", en la legitima significación, será rendir homenaje a los instintos inferiores y renunciar al titulo de cooperador de Dios para ser critico de sus obras.

Como observamos, la maledicencia es un tóxico sutil que puede conducir al discípulo a inmensos disparates.

Quien sorba semejante veneno es, por encima de todo, siervo de la necedad, más sabemos, igualmente, que muchos de esos entupidos están a un paso de grandes desventuras intimas.

XAVIER, Francisco Cândido. Fuente Viva. Por el Espíritu Emmanuel. FEB. Capitulo 151.